El suicidio es un tema complejo pero cada vez más cercano. Seguramente cada uno de nosotros tiene un conocido, ser querido o, incluso, nosotros mismos, que ha estado cerca de esta situación.
El suicidio no es problema individual, es un problema colectivo y por lo tanto todos debemos estar informados de cómo podemos ayudar, identificando alertas tempranas y cómo reaccionar para buscar redes de apoyo.
Este escrito propone una comprensión de la magnitud y la implicación del suicidio en nuestras vidas, para desde allí, ponerlo como tema sobre la mesa de nuestras casas, en conversaciones habituales con familiares, amigos, vecinos y en nuestros lugares de trabajo; con niños, jóvenes, adultos y personas mayores.
En el último informe regional publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el 2021, se encuentra que el suicidio afecta principalmente a la población joven y en edad laboral, el 60% de los suicidios se registran en personas entre los 15 y los 50 años. Sin embargo, para ninguno de nosotros es un secreto el preocupante aumento de la conducta suicida en niños y en personas mayores de 60 años, eventos que por varias razones no se registran en las estadísticas de atención de nuestros servicios de salud, lo que quiere decir que la situación puede ser aún más trágica, si tenemos en cuenta que muchos suicidios no llegan a reportarse, por la invisibilización de esta problemática en nuestra cotidianidad y por el estigma de nuestra sociedad.
La OMS, estima que cada año se suicidan más de 800.000 personas y que por cada una de ellas se cometen muchos intentos de suicidio. Agrega que los efectos sobre las familias, los amigos y las comunidades son terribles y que, lamentablemente, el suicidio no suele priorizarse como un problema de salud pública importante. En los años 80 el suicidio era un tema de los países desarrollados, hoy día el 77% de los suicidios ocurren en países de ingresos bajos y medios como el nuestro y es la cuarta causa de muerte siendo el grupo entre los 15 y los 19 años el que despierta mayor preocupación. De acuerdo con la OMS, las tasas de suicidio siguen siendo mayores en los hombres que en las mujeres, en américa latina en América Latina y el Caribe para el 2018, fue de 11,3 en hombres y de en mujeres 2,8 por cada 100.000 habitantes.
Los sistemas de salud han enfocado sus análisis en la mortalidad asociada a suicidio y han avanzado en la identificación de varios de los factores que determinan su ocurrencia, no obstante, como sociedad tenemos el desafío de comprender que estas situaciones hacen parte de las interacciones que a diario tenemos con otros, están ahí, en cada uno de espacios de nuestra vida diaria. Es allí en nuestras casas, nuestros barrios, nuestros colegios, universidades y trabajos en donde necesitamos actuar, dejar de naturalizar patrones culturales que nos llevan a interactuar de maneras violentas, a no fijarnos en las propias emociones y en las de los otros, a normalizar el individualismo, a estigmatizar las acciones colectivas, a no reflexionar nuestro lugar en los conflictos y mucho menos a reparar las consecuencias negativas de nuestros actos.
De acuerdo con la OMS el comportamiento suicida, se entiende como una diversidad de conductas que incluyen pensar en el suicidio (ideación suicida), planificar el suicidio, intentar el suicidio y cometer un suicidio propiamente dicho.
Hoy en día sabemos que el suicidio no siempre se asocia a una enfermedad mental, por el contrario, cada vez más está asociado a determinantes sociales que generan inestabilidad emocional.
Puede relacionarse en la infancia y la adolescencia principalmente con una crianza en la que no se tiene en cuenta, ni se acompaña el desarrollo emocional, hogares con altos niveles de exigencia y tendencia al perfeccionismo, el bullying en los contextos educativos y las redes sociales, peleas con los padres / separación, depresión y ansiedad, consumo de sustancias psicoactivas, condiciones socioeconómicas desfavorables, estigma y discriminación por identidad de género, por pertenencia étnica, por condición socioeconómica entre otras. En la adultez se ha encontrado determinantes como la impulsividad, los eventos vitales adversos, la viudez, la separación, la soledad, el desempleo, antecedentes familiares de suicidio, mala salud física, además de situaciones de abandono, nido vacío, enfermedad física, dependencia, jubilación y consumo de sustancias psicoactivas, que podrían estar asociadas a la presentación de conductas suicidas, en aumento.
A diario transitamos por experiencias, eventos, encuentros, desencuentros, posibilidades o barreras y establecemos vínculos que pueden adquirir diferentes significados para las personas. La imposición de la “normalidad” como parámetro social de referencia, nos ha llevado a subvalorar otras formas, sentidos y funciones como negativas, “desviadas”, “inapropiadas”, “desadaptadas”, etc. Por ejemplo: decidir una creencia religiosa, las formas de vestir, la música que se escucha, las identidades de género, las formas de asumir las cargas laborales, la maternidad/paternidad, proyectos vitales orientados a la profesionalización o no, entre otros.
Lo que es común para todos es la inmensa diversidad que nos caracteriza y en este sentido la pregunta por el sentido de vida puede expresarse con un sinfín de matices: ¿Qué sentido tiene para unos o para otros la familia? ¿el trabajo?, ¿el dinero?, ¿el ocio?, ¿el estudio?, ¿los encuentros con amigos?, ¿la colectividad?, ¿la soledad?
Tomar la decisión de terminar con la vida, implica un camino tortuoso, de dolor, de silencios, soledad, sin sentidos e incomprensión, que las personas con frecuencia no logran gestionar por sí mismas, ni acceder a apoyos o gestionar recursos que les permitan valorar otras alternativas.
Muy seguramente, muchos de nosotros hemos avanzado a paso lento por dudas frente a nuestra existencia y su propósito, hemos experimentado situaciones que generan malestar emocional e inclusive hemos percibido que algunas de estas generan tensiones emocionales que nos desbordan y ante estas: ¿Tenemos las herramientas para transformar dichas situaciones y aprender de ellas?, O por el contrario ¿nos enfrentamos a situaciones de ansiedad y depresión que subvaloramos, somatizamos y callamos?
La muerte tiene muchos significados construidos culturalmente, para efectos de esta reflexión que se propone, la muerte psicológica puede ser quizás una de las experiencias más dolorosas e incomprendidas en nuestra sociedad. A diario tenemos que morir ante nuestras intenciones y nuestros más profundos anhelos, por acceder a satisfacer los de otros, sin posibilidad de mediar, ¿Cómo transformar estas muertes simbólicas, en renacimientos? Esto nos debe llevar a pensar en el valor social que tiene el fracaso y el error, no como posibilidad de aprendizaje y transformación, sino como evento reprochable y merecedor de castigos.
Identificar cambios de comportamiento inesperados, como, por ejemplo: estado del ánimo bajo, irritabilidad, aislamiento, llanto frecuente, sensación de angustia, descuido de si, cambios de rutina, etc.
Desde la Escuela Colombiana de Rehabilitación hacemos un llamado a darle la mayor relevancia a la salud mental y a documentarnos sobre cómo prevenir el suicidio. Toda la información relacionada se puede consultar en la página de la Organización Panamericana de la Salud haciendo clic aquí.
Y las líneas de atención en salud mental de Colombia se pueden
consultar aquí.
Si bien morir hace parte de vivir, el suicidio se puede prevenir, no permitamos que alguno de nosotros o de los nuestros avances a pasos de gigante por ese camino, sin siquiera percatarnos y lleguen al extremo de no tener otra alternativa.
¡Que nuestra decisión sea siempre vivir, vivir con ganas, vivir bien y vivir con sentido!
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